domingo, 17 de octubre de 2021

Phillip K. Dick - Radio Libre Albemut


      

Es el último libro que escribió Philip K. Dick y no lo llegó a publicar.

Por eso algunos aventuran que se trata de un borrador.

Por eso y por el hecho que no les resulta tan brillante como el resto de sus novelas.

Parecen ignorar esto que se nos dice desde el principio:

  El editor quisiera dar las gracias a Tim

Powers por haberle proporcionado el

original definitivo de esta novela, revisado

por Philip K. Dick y que éste cediera a

Powers para su colección privada.

Para mí es simplemente un testamento, en el que él cuenta algo que estaba pasando, como siempre, en su interior, y que lógicamente no pudo resolver.

Su eterno interrogante sobre sobre la existencia de Dios y qué forma tendría para comunicarse con los seres humanos.

Si hasta cita las teorías de los Testigos de Jehová como una alternativa al pasar. Lástima que no vivió lo suficiente para verlas desenmascaradas como viles estafas comerciales perpetradas contra la buena fe de la gente creyente.

En esta novela Estados Unidos de América no es conquistada por potencias extranjeras sino que es una dictadura de derecha, dominada por un agente durmiente de la Unión Soviética, que llega a ser presidente de su país.

No me voy a extender en hablar del argumento: simplemente te recomiendo que la leas.

Al margen te comento que la leí hace más de quince años, y que sin embargo hace unos días me pareció estar leyendo algo completamente nuevo.

    

Lo que sí me parece que no es ningún spoiler es que es casi autobiográfica.

Porque en este libro Philip K. Dick se incluye como personaje y cuenta algo destinado a desmentir que haya escrito bajo la influencia del LSD u otras drogas:

Había prosperado en mi carrera literaria; en 1963 había obtenido el «Premio Hugo» a la mejor novela de ciencia-ficción del año, por mi obra «El hombre en el castillo». El libro trataba de una imaginaria Tierra alternativa en la que Alemania y Japón habían ganado la Segunda Guerra Mundial y habían dividido los Estados Unidos entre ellos, con una zona tapón en medio. Había escrito algunas otras novelas que tuvieron buena acogida y empezaba a recibir excelentes críticas, en particular de mi francamente desquiciada novela «Los tres estigmas de Palmer Eldritch», que tenía por tema los prolongados viajes alucinógenos de los personajes bajo la influencia de drogas psicodélicas. Fue mi primera obra que versaba sobre las drogas, y pronto me valió la fama de andar yo mismo envuelto en drogas. Tal notoriedad reportó beneficios en cuestión de ventas, pero más tarde acabó redundando en contra mía.

Mi verdadero conflicto tocante a las drogas se produjo cuando Harlan Ellison, en su antología «Visiones peligrosas» *, dijo en una introducción a un relato mío que estaba «escrito bajo la influencia del LSD», lo cual naturalmente, no era cierto. Tras esto adquirí una verdaderamente nefasta reputación de drogadicto, gracias al deseo de publicidad de Harlan.

Posteriormente pude añadir un párrafo en el epílogo del relato [el cuento “La fe de nuestros padres”] haciendo constar que Harlan no había dicho la verdad, pero el mal ya estaba hecho. La Policía empezó a interesarse por mí y por la gente que me conocía.”

          

Se refería a esto que escribió que en la edición en inglés se lo denomina Afterword (Epílogo), pero no tiene ningún encabezado en las ediciones en castellano que poseo:

“No soy partidario de ninguna de las ideas de La fe de nuestros padres; no pretendo, por ejemplo, que los países de más allá del Telón de Acero vayan a ganar la guerra fría... o que moralmente debieran hacerlo. Un tema de la historia, sin embargo, parece apasionarme, con vistas a los recientes experimentos con drogas alucinógenas: la experiencia teológica, que tanta gente que ha tomado LSD ha informado. Se me aparece como una frontera enteramente nueva; en cierta medida, la experiencia religiosa puede ser en la actualidad estudiada científicamente... y, lo que es más, considerada como alucinación parcial pero conteniendo también otros componentes reales. Dios, como tópico en la ciencia ficción, cuando aparecía en ella, acostumbraba a ser tratado polémicamente, como en Out of the Silent Planet (Más allá del planeta silencioso). Pero yo prefiero tratarlo como una excitación intelectual. ¿Qué ocurriría si, a través de las drogas psicodélicas, las experiencias religiosas se convirtieran en un lugar común en la vida de los intelectuales? El viejo ateísmo, que nos parecía a tantos de nosotros —incluido yo— válido en términos de nuestras experiencias, o mejor falta de experiencias, debería ser dejado momentáneamente de lado. La ciencia ficción, sondeando siempre lo que está a punto de ser pensado o de ocurrir, deberá finalmente enfrentarse sin preconcepciones a una futura sociedad neomística en la cual la teología constituya una fuerza tan importante como en el período medieval. Esto no es necesariamente un paso atrás, porque actualmente estas creencias pueden ser comprobadas..., obligadas a justificarse o a callarse. Yo, personalmente, no poseo auténticas creencias acerca de Dios; sólo mi experiencia de que Él está presente... subjetivamente, por supuesto; pero el reino interior es real también. Y en una historia de ciencia ficción uno proyecta lo que ha sido una experiencia interior personal en un medio determinado; se convierte en algo socialmente compartido, y en consecuencia discutible. La última palabra, sin embargo, sobre el tema de Dios, puede que ya haya sido dicha, en el siglo IX de nuestra era, por Juan Escoto Eríugena, en la corte del rey franco Carlos el Calvo: «No sabemos lo que es Dios. El propio Dios no sabe lo que Él es debido a que no es nada. Literalmente, Dios no es, porque trasciende el propio ser». Una visión mística tan penetrante —y Zen—, aparecida hace tanto tiempo, será difícil de superar; en mis propias experiencias con las drogas psicodélicas he conocido muy pocas iluminaciones comparables a la de Eríugena.”

    

    

*Este es el prólogo al cuento La fe de nuestros padres (Faith of Our Fathers © 1967), donde Harlan Ellison, en Visiones Peligrosas II (Dangerous Visions II), escribe:

“No había la menor duda al respecto. Si el libro debía abordar nuevos conceptos y temas tabúes, historias que resultaran difíciles de vender en el mercado normal de las revistas y más particularmente a las revistas especializadas de ciencia ficción, tenía que contactar con los escritores que no temían adentrarse en la oscuridad. Philip K. Dick ha estado iluminando su propio paisaje desde hace años, iluminando con los proyectores de su imaginación una térra incógnita de asombrosas dimensiones. Le pedí una historia a Phil Dick, y la obtuve. Una historia que dará que escribir, bajo la influencia (si ello es posible) del LSD. Lo que sigue, como su excelente novela Los tres estigmas de Palmer Eldritch, es el resultado de uno de esos viajes alucinógenos.

Dick tiene la incómoda costumbre de derribar las teodas de uno. Por ejemplo, la mía acerca del valor de los estímulos artificiales para animar el proceso creativo. (Es una retractación por mi parte, supongo, porque soy incapaz de escribir sin un fondo musical a todo volumen. No importa si es Honegger o la Tijuana Brass o Archie Shepp o la New Vaudeville Band interpretando Winchester Cathedral. Debo tenerla.) Cuando era mucho más joven, y rondaba los diversos clubs de jazz de Nueva York, como crítico y como simple oyente, me díscutía con muchos músicos que juraban que necesitaban o hierba o estimulantes para entrar en ambiente. Luego, tras convertirse en unos adictos, se hundían completamente: lo que salía de ellos era pura locura. He conocido bailarinas que fumaban hierba porque no podían conseguir la sensación de estar «en el aire» sin su ayuda; psiquiatras que conseguían subvenir a sus necesidades mediante sus propias recetas de narcóticos..., necesidades edificadas sobre la ilusión de que la droga liberaba sus mentes y les permitía efectuar análisis más penetrantes; artistas que estaban sometidos constantemente al ácido, cuyo trabajo bajo las influencias «dilatadoras de la mente» era algo que ustedes frotarían enérgicamente con un buen detergente si lo descubrieran en el fondo de su piscina. Mi teoría, desarrollada a lo largo de años de ver a gente engañándose a sí misma hasta la perdición, era que el proceso creativo es mucho más vívido cuando emerge claro y puro de los profundos pozos que existen en las mentes de los creadores. Philip K. Dick desmiente esa teoría.

Sus experiencias con el LSD y otros alucinógenos, además de los estimulantes del tipo de las anfetaminas, han dado frutos como la historia que están ustedes a punto de leer, una visión «peligrosa» desde todos sus ángulos. La pregunta, pues, se plantea: ¿cuán válida es la totalidad ante la excepción de raros éxitos como la obra de Phil Dick? No presumo de saberlo. Todo lo que puedo aventurar es que una administración adecuada de drogas dilatadoras de la mente puede abrir áreas completamente nuevas al intelecto creativo. Areas que hasta entonces fueron dominio de los ciegos.

Para su información, Philip K. Dick efectuó sus estudios en la Universidad de California, fue echado de varios trabajos que incluían el de director de una tienda de discos (es un apasionado de Bach, Wagner y Buddy Greco), redactor publicitario y presentador de un programa de música clásica en la emisora radiofónica KSMO en San Mateo, California.

Entre sus libros están Solar Lottery (Lotería solar), Eye in the Sky (Ojo en el cielo), Time Out of Joint (El tiempo desarticulado), The Simulacra (Los simulacros), La penúltima verdad, Martian Time-Slip (Tiempo de Marte), Dr. Bloodmoney (Doctor Bloodmoney), Nou Waitfor Last Year (Ahora esperamos el año pasado), y el vencedor del premio Hugo de 1963, The Man in the High Castle (El hombre en el castillo). Aunque corpulento, barbudo y casado, es un confirmado observador de muchachas.

Hoy está con nosotros en su calidad de demoledor de teorías. Y si no muerde su sentido de la «realidad», aunque sólo sea con un mordisco pequeño, con este La fe de nuestros padres, entonces comprueben su pulso. Puede que estén ustedes muertos.”

 

Nada. Solo eso.

Leela con ganas.

Los que escriben criticando y tratando de dar consejos correctivos sobre las novelas y cuentos de alguien como Philip K. Dick son gente incapaz de crear sus propias obras.

Solamente les sale criticar y son seguidos por gente igualmente inútil que ellos.

Claro que se puede decir que te gusta o que no te gusta, pero lo que pase de ahí solamente sirve para mostrarlos en una actitud que da vergüenza.

Eso sí, leela antes de ver la película.



Reseña original del Blog Preciosa Música


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